Capítulo 3. “Descubriendo lo esencial”

Viernes, ocho y cuarenta y cinco de la noche. Como siempre llegando tarde, intentando cumplir con todo. Buscando estar allá y acá, sin estar en ningún lado. Otra característica de falsa heroína o intento de ser inmortal.

Rosa ya había comido. Menú del día viernes, empanadas frías de carnes, semejantes al viernes pasado, al traspasado, y tres meses atrás.

Entré a su habitación con mi típica sonrisa de nena que ha de recibir un regalo en su cumpleaños. Sonrisa de muñeca o bicicleta deseada para Navidad. Allí estaba, mi regalo, mi Rose.

Hace unos días que la estaba viendo mucho más humana. Esto quiere decir que había ganado peso, y que era capaz de seguir una conversación sin volar, sin escapar a la locura. Presenciaba una mirada fija, sincera, presente; y cada tanto una risa, sonrisa verdadera, y una lágrima de dolor o llamada al recuerdo.

Con mi voz aguda, y mi deseo de acercarme más. Me senté en una silla a su lado. Le tomé la mano, la miré.

No pude no decirlo, le dije que la veía mejor, que estaba más linda, más jovial. Sus arrugas eran insignia de maduración y no de una persona que estaba llegando a su fecha de vencimiento.

Hace unos días le había comentado que estaba escribiendo una novela sobre ella. Si bien, había llevado un libro para leerle, creí que era una gran idea que escuchara lo que pienso de su persona. Con ciertos temores por si realmente entendía todo lo que le estaba leyendo. Pronuncié cada palabra con angustia, con seguridad y con tristeza. Mi relato de Rosa no es ajeno a un ser viviente carente de humanidad; próximo a la muerte, distante de la vida.

No voy a mentir, me dio mucha vergüenza y mucho dolor decírselo. Pero lo hice, confiando que su cerebro procesaría lo necesario. Comprendiendo una idea positiva, restando lo negativo.

Mi lectura fue interrumpida por una enfermera que la vino a cambiar. Quito su pañal sucio, y le puso uno nuevo. Gritos de dolor, de sufriento. Yo para eso me había alejado a una esquina. Mis ojos veían la imagen más triste y vergonzosa que pasa una persona. Comprender que uno es incapaz de hacer las cosas por sí mismo. Que cada movimiento es continuo a un dolor interminable.

Una pastilla, un caramelo y se fue la enfermera. Nuevamente solas. La agarré la mano y terminé de leer. No me animaba a pronunciar su nombre cuando lo leía. Sin embargo, ya estaba bailando sin saber, Rose había comprendido que hablaba de ella.

Terminé de leer, y me miró fijo. Por primera vez, me vio ella a mí. Con sus ojos semejantes a un río que debe correr, me dijo que buscamos mucho en las otras personas, tanto buscamos que nos perdemos de encontrar lo esencial. Buscamos un sentimiento absurdo, un deseo fantasioso, para así maravillarnos. Pero, lo grandioso del otro está para quien lo puede encontrar.

Le acaricié la mano, y me dijo que ella me encontró a mí. Por primera vez, decidí callarme. El silencio más puro, más correcto. Me volvió a mirar, pero esta vez con lágrimas alrededor de sus ojos. Juró haber encontrado en mí una compañera, alguien capaz de quererla. Coincidimos ambas que eso es lo único importante.

16649478_1722462257782189_3761444762788928611_n

Cuando nuestras miradas se conectan, no importa nuestros estados, nuestra edad, no importa si somos conscientes o inconscientes. Simplemente estamos siendo juntas, viviendo la una para la otra, entregándonos al presente. Sin pensar en un pasado, sin pensar en el futuro. Porque nuestras diferencias se vuelven nulas, y nuestras almas se encuentran. Para ayudarnos, escucharnos y maravillarnos.

Tantas personas han de pasar por nuestras vidas. Vivimos escuchando, mirando y con muy pocas somos capaces de vernos, oírnos. Si lo hemos de lograr, significa que hemos vuelto el dos en uno. No importa si es una relación de años, o solamente, una unión similar a una estrella fugaz.

Pasa el tren, y la vida, y buscamos eternamente algo imposible, algo ajeno, algo material. Vivimos corriendo, nos acostamos poco a disfrutar y encontrarnos.

Seguido de tan sabias palabras que Rose me regaló, un mágico momento. Lloró y volvió a su frustración eterna de no querer seguir viviendo así. Gritos como los de un niño que usa el llanto para expresarse. Un bebé que pide de su madre. Un deseo imposibilitado por la vida misma.

Ahí pensé rápidamente, cómo revertir la situación en la que yo misma la había metido. Le pedí que cerrara los ojos y pensara algún momento de su vida que la hace o hizo feliz. Me dijo que era verme a mí caminar con una sonrisa, con la misma sonrisa con la que entro a su habitación todos los viernes. No lo pude superar, la abracé mientras mis ojos se cubrían de lágrimas. Tan único ese momento, tan sincero, tan nuestro.

Luego de ese regalo que ella me dio a mí, quise darle un regalo yo a ella. Le hice cerrar nuevamente sus ojos. Pensé un momento único para Rose, no erré. Le dije su casamiento. Rose tuvo un ACV, así que le cuesta recordar. Pero, poco a poco, me dijo su vestido de novia, su ramo de rosas blancas. Me describió una fiesta de pocas personas, pero cada una de ellas únicas. Sonrió al nombrar su eterno beso, su sí quiero y el baile. Me dijo el grupo musical, canciones muy alegres para bailar hasta el amanecer, hasta cansar los pies,           ´´ Paso doble´´. Decidí ponérselo con el celular para que lo escuchara. Sus lágrimas ya no eran de tristeza, eran de emoción, de recordar, de viajar por primera vez, hace mucho tiempo, conscientes a un pasado que sigue intacto en el corazón y el alma. Un amor que trasciende la enfermedad y muerte, y que logra volver la alegría a su cuerpo.

Eran las nueve y media, debía marcharme. La saludé habiéndome secado las lágrimas con su sonrisa al verla recordar. Me dijo que siempre venía a verla una niña chiquita, que se sentaba a su lado, pelo castaño. Me dijo que esa niña era su amiga… Esa niña afirmo ser yo.

Buenas noches amiga,

´´Buenas noches, Rose ´´

 

 

Create a free website or blog at WordPress.com.

Up ↑