Capítulo 4.’’Durmiendo niños’’.

Cuando era chica, que por cierto no fue hace mucho, mi juego preferido era inventar historias. Ni Barbies, ni juguetes, ni juegos de computadora podían ganarle a la imaginación. Nada más lindo que crear sin nada, tan solo la mente, un amigo real, o por qué uno imaginario. La magia de una niñez que hoy pocos conocen. Tanto aparato material, tanta tecnología, y tan poca cabeza para soñar un nuevo cuento.

Ya crecida. Antes de dormir cierro los ojos y pienso una fantasía, un sueño cercano que anhelo, una historia de amor con alguien que ni conozco. Otras veces, mientras voy por la calle, o espero en la parada del colectivo pienso algo imposible pero increíble.

Qué pasaría si…

Sí, porque si algo me apasiona es inventar historias. Pareciera que el mundo real no me alcanza. Lamentablemente, adoro volar. Volar sin alas, con los pies apoyados en la Tierra y la mente viajando hacia un lugar inconsciente. Vuelo cuando decido escaparme, cuando decido encontrarme o cuando simplemente quiero volver a ser chica y mi única preocupación es jugar.

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Viernes de Abril. Hoy tengo menos ganas que ayer de venir a ver a Rose. Triste pero real. No sé por qué estaré cansada. Realmente, creo que no hice nada tan significante para tomarme el atrevimiento de faltar, o decir que estoy agotada. Aunque sí, cuando menos ganas tengo de venir sé que es cuando más me necesita. Tal vez, al revés es cuando yo más lo necesito a ella. A este tipo de encuentro los llamo pieza de rompecabezas. Estoy segura que lo que pase este viernes me ayudará en algo en mi vida. Soy tan bruta que no lo descubriré hoy, pero sí en algún futuro cercano. Repito, pieza que encaja perfecto en mi rompecabezas.

Pasillo blanco de hospital, ya es bastante tarde 8:30. Me demoré en llegar. La negación de no querer ir y decidir a último momento. No veo a ninguna de las chicas de Cáritas. Me pregunto si se habrán ido. Aunque no lo crean siento que es una obligación asistir, que me tienen que tomar presente y ponerme que vine. De vuelta, otro dato de mi inmadurez. -María, lo haces por vos. No por alguien, ni para algo-.

En fin, sigo. Rose estaba dormida. Ya había comido. Llegué tarde. Enseñanza, no se trata de estar físicamente, sino de mostrarte presente. Haber llegado y que Rose ya haya comido fue en vano. Para ella estuve ausente.

De repente, escucho una señora gritar frente a la habitación de Rosa. Me dirijo a ver quién es. En la puerta sus dos hijos de cuarenta años, quienes parecen tener cuatro años. Tristeza absoluta, nada más feo que ver a su madre mal. Por más grande que ellos sean, siempre van a ser sus pequeños y su mamá su heroína. Es inimaginable ver a tú superhéroe caído. A tú protección sin fuerzas y resguardo.

Les pregunto si puedo pasar. Resignados me contestan que sí. Ya no saben qué hacer con ella. Impensado que yo, una nena de 18 años, metro y medio de estatura pudiese revertir la situación de su adorada madre.

Allí estaba. Aún no sé su nombre. Pálida, blanca como sus sábanas, pelo colorado despeinado. Gritaba como si la estuviesen carneando. Pedía que la sacaran del hospital. Me acerco, recién le habían dado un calmante que por cierto lo había escupido. La enfermera nos dijo: “Son como niños”.

Mi sonrisa de cumpleaños habitual se había transformado al ver que la señora estaba atada. Manos y pies sujetados para que no se escape. Hace un tiempo le habían diagnosticado demencia. Ya estaban haciendo los papeles para trasladarla a un psiquiátrico. Realmente, no estaba segura de lo que estaba haciendo al acercarme. Veía que ella movía sus manos como si fuera una araña haciendo su telaraña. Tenía un cierto aspecto a feroz bestia, de animal. Me dio miedo a que me hiciera algo. – ¡Dale María! -, me grité. – Vos podés. Se la heroína que les falta a los hijos de la señora, se la campeona-. Y sí, soberbia y orgullosa, con miedo, mucho miedo, me acerqué.

Puse mi mejor sonrisa para darle seguridad a los hijos.  Mostrando como si sabía lo que hacía, cuando en realidad estaba más confundida que ellos. Entonces, pensé: – ¿Y sin tan solo empiezo a jugar? -. Pasé a ser una nena de diez años que lo único que hace es crear, es volar, y el mejor juguete es sin duda la imaginación. Si la señora quería escapar, iba hacerla escapar.

Le dije que su hijo Joaquín había ido a buscar el auto, que tenía que vestirse. Entonces le acomodé las sábanas como si fuera la ropa. -Dale abu, ya nos vamos. Ahora viene Joaquín-.

No fue fácil. Si bien, me seguía el juego, cada tanto volvía al estado consiente y se descontrolaba el asunto. Me pedía que le corriera la mesa para salir, entonces hacía ruidos con la silla de ruedas para hacer como si la hubiera movido. Me pidió, después, que le sacara el paraguas que la incomodaba, era justo donde estaba atada. Era un juego, una mentira. En un momento hasta yo me la creí.

Cuando gritó por décima vez que se quería ir le dije que estábamos en la autopista. Y sí…, viajando con Joaquín al volante, Martín, su otro hijo, de copiloto y ella conmigo atadas con el cinturón en los asientos traseros. No llegábamos más a casa, había un piquete. Estábamos a dos horas y media. Se ponía impaciente. Volvía a su estado consiente, entonces le decía que no podía bajarse del auto, que la podían pisar. Un ida y vuelta entre ella y yo, entre la fantasía y la realidad, la conciencia y la locura.

Me sentía ya como si realmente estuviésemos en un auto, en un viaje eterno por la General Paz. Imaginaba los autos, el ruido de las bocinas, los bombos de los piqueteros y el olor de goma quemada. Luces estridentes de la ciudad. Carteles publicitarios. Yo estaba en el juego y creo que ella también.

De repente, me doy vuelta, médicos y enfermeras atrás. Todos escuchando nuestra conversación. Nos volvimos la obra de teatro del hospital. Los hijos no lo podían creer. Éramos dos actrices en la calle Corrientes. Yo estaba jugando, no podía dejar de hacerlo. No les puedo explicar mi felicidad. Mi sonrisa, mi risa. Estaba siendo feliz, feliz de verdad. Era una nena en un jugo, en una representación, estaba actuando. Ella ya había entrado en la escena. Cada tanto se reía. Como cuando los actores en una comedia hacen un chiste para el público y hasta a ellos les da gracia. No sé por qué se reía. Pero, tampoco me importó. Éramos las dos viajando por la General Paz a casa.

Llegamos a casa, y mágicamente ya estábamos acostadas en una cama. Una mujer de otra habitación vino hacerle masajes, así disminuíamos su euforia. Así se dormía de una vez. Sus hijos apagaron las luces. La obra estaba por terminar. Me acosté a su lado. -Abu dale, ya todos duermen, dormite. Ya es tarde-. Primero se negó, volvió a gritar. Logré darle la pastilla para dormir, le dije que era un caramelo. -Abu es tarde, dale-.

Así fue, se durmió. Fin de la obra. Los hijos sorprendidos y agradecidos. Su mamá se había calmado. Lo habíamos logrado. Los médicos volvieron a sus puestos. Todo por hoy. Ya había hecho mi acción del día. La sonrisa me duró unas horas, estaba realmente contenta.

Pero antes de irme escuché a Rose gritar. Le habían puesto una vacuna. Ahora era ella la que no se podía dormir. Otra vez el mismo juego…Pero con Rose eso no funciona. No había tiempo, había que pensar rápido cómo relajarla. Entonces, busqué lo único que realmente la hace feliz. Lo único que recuerda. Su viejo y tan preciado amor…

-Contame Rose… ¿Cómo era su pelo? -

-Marrón-

- ¿Sus ojos? -

- Color miel y grandes -

- ¿Su nariz? -

- Pequeña-

- ¿Su boca? -

-Grande-

- ¿Su pelo? -

- Castaño y tupido-

- ¿Su espalda? -

-Grande-

- ¿Su olor? -

- Albañil que trabajó mucho -  

- ¿Qué hacía cuando llegaba a casa cuando volvía de trabajar? -

-Me saludaba, por supuesto -

- ¿Como? -

-Me daba un beso y un abrazo-

-Con ese abrazo, te vas hoy y siempre a dormir-

Cerró sus ojos y sonrió con una lágrima.

Buenas noches, Rose

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