Capítulo 6: “Caminando ni solas, ni solos”

Aristóteles decía que el hombre es un ser social. El hombre necesita del otro para vivir, para aprender, para crecer. Descubrir su error, descubrir horizontes y refutar opiniones y afianzar sus pensamientos…Y así, aunque creamos que lo podemos tener todo, sin otro no hacemos nada.  

thumbnail_IMG_6260

Bienvenida nuevamente al hospital. Cambios y más cambios de mi partida. Pintaron algunas paredes, agregaron nuevos carteles. Piso 1, piso 2, piso 3 y con cierto cansancio llegamos al cuarto. Eternas escaleras y sigue sin funcionar bien el ascensor. Me dirijo a mi izquierda. Me saludan las señoras de seguridad con una sonrisa. Sigo caminando, luz blanca en el pasillo, bien estridente. Médicos y familiares por todos lados.  

Ahí está, llegué.  Su habitación oscura como siempre, la cama de al lado vacío. Prendo la luz y allí estaba. ”Buenas tardes Rose, te estaba esperando”. Se lo tuve que decir casi susurrando porque estaba disfónica. Me había enfermado durante la semana. No tenía voz.  Pero, no podía negar visitarla. Siempre pienso que mi pasaje en el hospital significa dos segundo antes de que termine mi semana para mí, y para ella son la única razón de la semana. Como siempre digo, no por ser especial, sino porque le doy la compañía que le falta.  

Rápidamente, mientras yo preparaba todo para darle de comer una rica tarta que amistosamente que le había comprado otra voluntaria. Pues, para nosotras Rose en muy mimada. Aunque a veces, a ella no le alcanza ante la soledad que vive a diario. Me contesta: ”Querer, extrañar y buscar para volver a querer, de eso se trata una relación”. Me pregunto si ella vivirá esperando alguien, o vivirá extrañando. Inquietud que logré resolver antes de irme.  

Rose, hoy comió de maravillas. Sorprendentemente, toda la tarta e incluso un postre. No podía negarle el regalo a su amiga, Martita, quien se la había traído. Ni un grito, ni un enojo, ni reproches. Todo marchaba bien, hasta que tuve que darle un medicamento entre sorbo de juego y jugo. Empezó a gritar. Otra vez lo mismo… 

Pero esta vez no habló de dolor, no confesó que algo le molestaba, no me contó el sufrimiento producto de su enfermedad. Y dijo que a ella le gustaría que alguien le preparara una te, que alguien la esperara con la mesa lista, que alguien le dijera buen día y buenas noches. Le gustaría que alguien la arropara, que alguien pensara en ella, que alguien la quisiera.  

Escuché eso y la abracé. No puede hacer otra cosa. Tal vez, no es que hoy tenía más hambre, ni estaba mejor de ánimo, sino que hoy había sentido lo que tanto le faltaba, amor. Nadie puede vivir sin amor. Por más que busquemos la soledad, la soledad es imposible para el hombre. Todos queremos ese te, ese abrazo, ese consejo. Todos queremos un te quiero. No miles, sino sincero, uno que valga y uno que sea único.  

Antes de irme me llamó una señora. Andaba con respirador artificial, un pañuelo en la cabeza y su piel blanco papel. Cualquiera diría pobre señora. Pero ella aseguraba que la viejita que estaba en la habitación de al lado suyo, Rose, era más pobre. Porque ella tenía familia. Un marido que daba la vida por ella, y se había quedado dormido en una silla al lado de su cama, producto del cansancio que tenía por acompañarla durante toda su operación. Dos hijos, con una sonrisa que movía montañas, así lo describió, mientras me mostraba fotos con su celular. Ella deslumbraba alegría, era amor, era fruto de su compañía. Luego de charlar sobre Rose con la señora, de demostrarme su compasión ante ella, me fui.  

Habitación de enfrente estaba Carmela. A Carmela la había visitado hace dos meses. La recuerdo por sus ojos y color de pelo. Me acuerdo que cuando la vi por última vez estaba atada. Era demente y sufría también un cáncer terminal. 

Debo admitir que me costó reconocerla. Estaba más delgada, pelo corto, y con un camisón rosado. Sus ojos de preocupación fusionados con tristeza, lograron atraparme. Me preguntó mi nombre y cuánto me quedaría. No sabía qué contestar. Le dije un rato simplemente. Me agradeció y me pidió que me sentara a su lado. Me quedé junto a ella mirándonos fijamente. Hasta que nuestras miradas se encontraron, se conectaron. Era tarde, debía irme. Le dije a adiós.  Me sonrió, era lo que yo estaba buscando. Carmela suele pedir que las voluntarias no entren a su habitación y tiene malos modos con las enfermeras. Fue raro cómo se comportó conmigo, pero fue real y sincero. Antes de irme me dijo gracias: ”Gracias por tú compañía”.  

 ”Buenas noches Carmela, buenas noches Rose” 

Gracias a ustedes por su compañía.  

Blog at WordPress.com.

Up ↑